La última novela de Akira Mizubayashi (Sakata, Japón, 1951) Reina del corazón, cuenta lo bélico y sus consecuencias mediante una estructura musical con la que se analiza el horror de la guerra, pero también el amor, el coraje y la esperanza de los seres humanos. Repite así los temas de la octava sinfonía de Dmitri Shostakovich, con la que se abre y se cierra la novela. En cuanto a la estructura, lo que sucede da forma a un laberinto elegante, dividido en cinco “Movimientos” y un “Epílogo”. Así lo describe la escritora y crítica literaria Márgara Averbach, en la reseña que escribió para LA NACIÓN, que compartimos a continuación.

 

15 de abril de 2023 – 00:03

 

Reina del corazón, de Akira Mizubayashi (Sakata, Japón, 1951), cuenta lo bélico y sus consecuencias mediante una estructura musical con la que se analiza el horror de la guerra, pero también el amor, el coraje y la esperanza de los seres humanos. Repite así los temas de la octava sinfonía de Dmitri Shostakovich, con la que se abre y se cierra la novela. En cuanto a la estructura, lo que sucede da forma a un laberinto elegante, dividido en cinco “Movimientos” y un “Epílogo”.

La primera parte (“Un hombre, dos mujeres”) presenta a los tres personajes principales sin decir sus nombres: un soldado japonés de la guerra de ese país contra China en 1931; una mujer en el París bombardeado de 1940; una enfermera japonesa en el Tokio destruido de 1945. Como en una obertura, ese primer “movimiento” despliega los temas y los recursos del resto de la pieza.

En cuanto al tiempo, el relato pasa varias veces de mediados del siglo XX a comienzos del XXI a través de varias generaciones de personajes que se aman, se pierden, se buscan y, cada tanto, son capaces de reencontrarse. En cuanto al espacio, es una historia global con dos centros fundamentales, Francia y Japón, lo cual tiene sentido en la obra de Mizubayashi, escritor francófono de ascendencia japonesa, que vivió mucho tiempo en París (hoy vive en Japón) sin perder sus raíces. al punto de traducir alguno de sus libros a su lengua natal.

Además de las guerras contemporáneas, el argumento gira alrededor de dos formas de expresión: la literaria y la musical. Específicamente, la música para viola y los diarios íntimos que, redescubiertos décadas después, tienden puentes entre personas de lugares distantes y tiempos diferentes. Nada es una sola cosa. Por eso, se habla de “ver con el oído” y “oír con los ojos”. Por eso, se dice que la música y las palabras se rozan y se mezclan continuamente. Pero, además, están las imágenes. El cine, del que se habla bastante, y la fotografía. Hay una foto que dividen en dos un hombre y una mujer para llevarse cada uno un recuerdo del otro. Esa foto vuelve a ser una sola al final.

La historia humana está definida como una “devoradora impiadosa de destinos individuales”, pero también se cuentan resistencias y encuentros mágicos que cruzan hasta las barreras lingüísticas del francés y el japonés. Como Shostakovich en su sinfonía, la guerra está retratada con crudeza extrema, pero algunos personajes son capaces de atravesarla, a pesar de la inhumanidad a la que los obliga el ejército, como anota el soldado japonés. Mizubayashi levanta el edificio hermoso de este relato sobre una prosa cruda y poética al mismo tiempo, como corresponde al retrato de esa contradicción terrible y verdadera: la crueldad de la humanidad y su capacidad de ternura y resiliencia.