por Franco Colamarino para Revista Random

Algunos dirán que es un escritor de culto si se utiliza la medida de estos tiempos que son las redes sociales y poco menos de tres mil seguidores son, para muchos, la nada misma. Si pocos te conocen no es porque no seas bueno sino porque no te descubrieron todavía. Si seguimos esa lógica mediática que pocas veces coincide con la calidad editorial. No es que el susodicho no postee, de hecho al cierre de esta redacción hay un feed de hace un día desde el estreno de una película -en el Festival de cine de Sevilla basada en sus textos- que cosechó nada más que 43 me gusta y un comentario en su IG. Por suerte, a escritores extraordinarios como este le importan un carajo. Y a la cultura también.

James Poissant tiene dos cosas que tiene que tener un escritor completo que perdurará en el tiempo: un gran libro de cuentos y una novela inolvidable. No tiene fotocopiadora, va despacio y de manera contundente, no deglute página ni se inventa sagas. Va tranquilo y como decía el gran Roberto Arlt, con un cross a la mandíbula te despabila.

Podríamos decir que Poissant escribe como si le doliera el mundo, pero igual se quedara a mirar. En “El cielo de los animales” (The Heaven of Animals), su libro de cuentos, cada historia tiene el pulso de lo cotidiano que se descompone: hombres que aman mal, padres que no saben hablar, hijos que se pierden sin ruido. Y sin embargo, en medio del desastre, siempre hay algo que respira. Su narrativa tiene ese don de mostrar la herida sin necesidad de hurgar: la deja ahí, abierta, para que uno decida si mirar o pasar de largo.

Con una escritura quirúrgica –en la sintonía de Raymond Carver- y sin escaparle al humor como haría nuestro gran Osvaldo Soriano. “Poissant narra historias al límite, sacudidas por la impiedad y la tristeza. No deja de ser extraño que al terminar de leerlo el sentimiento de felicidad es el efecto que depara un hallazgo literario”, reza su contratapa.

“El cielo de los animales” en su versión de celuloide que por estos días se está presentando en el Festival de Sevilla, es la primera adaptación cinematográfica del cineasta Santi Amodeo, basada en un compendio de relatos del libro del mismo título. En rueda de prensa, Amodeo contó que, al leer el libro de Poissant: “imaginó la película en Andalucía, a pesar de las diferencias culturales. La forma visceral en que el escritor retrata la pérdida coincide con la manera particular de los andaluces de enfrentarse a la muerte”.

“El hombre lagarto” es uno de sus cuentos más admirables y del que recientemente se refirió en un feed de Edhasa, su editorial en Argentina donde admitió jugar con las metáforas y esas relaciones donde uno va cambiando la piel para convertirse en algo nuevo.

Tras un parate donde muchos googleábamos para ver si se venían más cuentos, tras seis años llegó “Vida de lago” (Lake Life), una novela de largo aliento que confirma lo anterior: Poissant no escribe para gustar, sino para quedarse. No corre detrás del algoritmo ni del premio. Sus personajes cargan culpas, pérdidas, amistades rotas, y lo hacen con una ternura feroz. En tiempos donde muchos libros parecen stories, los suyos son cartas. Con tiempo, con silencio, con peso.

En una entrevista reciente, Poissant confesó que, aunque el éxito mediático no le obsesiona, tiene “una novela grande de Florida” en curso: una obra ambientada en el sur profundo, con el mapa emocional de sus personajes ya reconocibles, esta vez comprimida en apenas dos días de acción intensa. Al mismo tiempo, Poissant sigue enseñando en el programa MFA de la University of Central Florida y editando para la revista The Florida Review, demostrando que el oficio no se congela: se vive.

Y si algo hay que agradecerle, es que no pretende salvarnos de nada. El crack de James, que tiene una cara de buenazo tipo de esos amigos que te querés llevar a la mesa de luz, viene a recordarnos que la literatura todavía puede hacernos sentir un poco menos solos.

Mientras otros escriben para ser leídos rápido, Poissant escribe para ser recordado lento.